domingo, 23 de octubre de 2011

Reporte de lectura 1

Profesorado, cultura y posmodernidad, de A. Hargreaves (Caps.II y III)
Los dos capítulos con los que contamos de este libro nos ofrecen elementos de reflexión sobre el eje modernidad-posmodernidad, el proceso de transición de una situación social a otra para comprender el momento histórico que estamos viviendo y cómo esto está influyendo o no en los procesos educativos.

En el capítulo II, El malestar de la modernidad, el pretexto del cambio, se resumen las principales características de la era de la modernidad: Muchas facetas de la modernidad están en franco retroceso o revisión, como la estandarización, centralización, producción y consumo en masa; mientras que las estructuras de poder están tratando de adecuarse para, como siempre, tratar de mantener el statu quo. Estos procesos contradictorios y antinómicos, entre muchos otros, producen un enorme malestar en la cultura ya que se suceden cambios contradictorios que por su fugacidad, creo, apenas empezamos a comprender o por lo menos a avizorar y a plantear.

En el capítulo III, la posmodernidad aparece como el discurso del cambio; se presenta un conjunto de características sociales, políticas, económicas y culturales de la posmodernidad (diferente a posmodernismo, que es un término que proviene de los campos del arte y la arquitectura para designar un collage, falta de linealidad, mezcla de periodos y estilos, etc.) y de sus consecuencias para la educación. Así, la posmodernidad es una condición social; pero al autor lo que le interesa de la posmodernidad es la idea de colapso de la certeza científica y sus consecuencias con respecto al mundo cambiante del trabajo de los profesores (p. 67).

No queda muy claro si estamos entrando en la terminación o en un cambio de época, o de plano en una crisis civilizatoria. De lo que no queda duda es que, por un lado, estamos en un proceso de crisis-cambio-globalización y, por otro, en un contexto de creciente influencia de las nuevas tecnologías, que están modificando y/o reestructurando los procesos de trabajo en todos los ámbitos y las prácticas culturales: las ideologías, los estilos de vida, las identidades personales, tribales, comunitarias, nacionales. Sin embargo en los sistemas educativos, en las escuelas y en las aulas parece que no se experimentan cambios como los que estarían sucediendo en las empresas y en las organizaciones, incluso en los Estados. Ante este panorama, concluye el autor que “no es fácil buscar soluciones. Pero hay un primer paso esencial que consiste en empezar a comprender, en tratar de averiguar con mayor detenimiento la naturaleza de la complejidad, la escala de los desafíos y los problemas y posibilidades característicos que la posmodernidad plantea a profesores y escuelas” (p. 63). ¡Nada más!

Aproximarse a una comprensión del contexto del proceso de tránsito (crisis, cambio, nueva crisis, de baja intensidad, of course) de la era moderna a la posmoderna es imprescindible para por lo menos tener el chance de hacer un diagnóstico de la situación social, política, económica y cultural actual, y entonces, poder hacer una propuesta educativa que tenga algún sentido. Resulta casi evidente que la educación que se ofrece actualmente ya no responde a las necesidades de la sociedad posmoderna del siglo XXI y que se requiere de un cambio de paradigma. Simplificando, en este contexto sería pertinente aproximarse a un proyecto, una estrategia para aprovechar las posibilidades de la nueva cultura tecnológica para, por lo menos, reducir la brecha de desigualdad existente en países como el nuestro, como elemento clave para avanzar hacia una sociedad de oportunidades para todos, con justicia social, atendiendo a las diferentes necesidades de cada quien, mediante la civilización de la cultura hipermoderna, diría Lipovetsky (2010), refiriéndose a revertir la combinación de globalización económica y creciente influencia controladora de los media en la generación de una cultura-mundo global, es decir, realizar un acto de venganza, aprovechando las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, ya que en las manos de las personas abren la posibilidad de continuar un ciclo de comunicación de ida y vuelta. Y si, ser competentes (para un mercado de trabajo cada vez más diversificado, flexible y siempre cambiante), pero desde una visión más amplia y abarcadora que tome como base y punto de llegada las dimensiones ética y estética en la formación de las personas, de las tribus, de las comunidades, para una, por lo menos decente, convivencia social (un proyecto ético y estético de vida). Tener las herramientas (capital cultural y político) que nos den la capacidad de poder optar por ser reflexivos, libres y autónomos, para elegir una vida rodeada de belleza y felicidad. Alguien dijo que las escuelas no pueden cambiar al mundo, pero si formar a las personas que lo puedan cambiar.

Referencias:

Hargreaves, A (1995) Profesorado, cultura y posmodernidad, Barcelona; Morata.

Lipovetsky, Gilles, y Jean Serroy (2010) La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada, Barcelona; Anagrama.


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